No recuerda cuándo descubrió la placidez y la calma que le
da leer y escribir. Lo que sí recuerda, es una primera idea que jamás llegó a
culminar, al menos tal cual la pensó en aquella época.
Rondaba los catorce o quince años, su vida era parecida a la
de cualquier chaval de su edad, o quizás no. Quizás su vida era la suya propia,
esa en la que él quería vivir, en la que se sentía cómodo y protegido. Quizás
fuera por eso por lo que se sentía extraño en cualquier lugar. Sentía que todos
a su alrededor lo observaban, lo juzgaban por ser quien era o por ser como era.
Esto le dolía, pero en el fondo le daba igual. Con el paso de los años, fue
descubriendo a semejantes, con los y las que compartía algún vínculo. Lo fueron
fortaleciendo con el transcurrir de sus vidas y fueron elaborando una especie
de tela de araña. Una tela cuidadosamente tejida, donde cada cual fue aportando
su ovillo de seda y cada vez se hacía más extensa.
Un día como hoy, vino a su cabeza el recuerdo de aquella
idea inacabada.
Por aquellos días, él se sentía muy atraído por la
fotografía, el dibujo y el cine. Quiso unir dichos amores para, con ellos, dar
forma a una historia que nunca escribió.
La historia era algo así:
"Con ocho años, los Reyes Magos, dejaron es su
habitación ese barco pirata con el que tanto había soñado. En el salón de casa,
había una gran alfombra que, para él, simulaba el mar. En ese mar, se vivieron
un sin fin de aventuras; batallas navales, encuentros de tesoros, aventuras con
animales marinos venidos del océano de las fantasías, y un sin fin de historias
divertidas que su imaginación le regalaba. Fue durante mucho tiempo su juego
preferido.
De todas sus aventuras, había una bastante tenebrosa. Tenía
un final tan oscuro, que siempre acababa por absorberlo. Su barco navegaba por
el mar sereno, al encuentro de alguna divertida aventura. Daba vueltas y más
vueltas alrededor de los lugares más desconocidos del planeta. Allá donde
vivían seres poco comunes, con maneras diferentes de respirar, con formas de
hacer, de sus vidas, una sucesión de momentos mágicos.
Inmerso en sus viajes por el mar de colores, no se percataba
nunca de la tormenta que venía a su encuentro. Esta tormenta lo pillaba siempre
por sorpresa, quizás porque venía de otro mundo muy distinto al suyo. Era un
mundo paralelo, que en determinados momentos, cambiaba su rumbo hasta lograr un
impacto con ese otro mundo de fantasía. Sin apenas darse cuenta, en el plácido
mar, iban apareciendo pequeñas olas. Al principio parecían insignificantes,
incluso divertidas. Poco a poco, estas olas iban creciendo y sus golpes con el
barco, crecían hasta llegar a emitir un sonido ensordecedor.
Lo que, al parecer, daba comienzo a la gran tormenta, era el
silbido del timbre de casa. Cuando éste se oía, el mar comenzaba a dar sus
latigazos y el barco se preparaba para mantenerse a flote. Cosa prácticamente
imposible, pues en anteriores ocasiones, el fondo marino fue su destino final y
así es como acabaría."
El tiempo pasa y esa vieja historia parecía guardada en el
olvido, en un lugar tan profundo como el fatídico destino de aquel barco. Pero
no, no puede olvidarse que nunca hay que decir nunca, pues en verdad, después
de nunca, siempre aparecerá algo. Esta vez, apareció esa olvidada tormenta.
Venía reforzada, cargada de años de experiencia mandando barcos al fondo del
océano. Al llegar, la sorpresa invadió el espacio. La quietud, la inmovilidad y
el no querer creer lo que estaba ocurriendo fueron invitados de honor. A cada
paso, la tormenta se sentía más fuerte y cómoda, incluso se dejaba llevar como
si nada ni nadie, pudiese con ella. Pero no, al igual que ella, este chico, el
de los añorados ocho años, supo agarrarse a esa otra experiencia; la suya. La
que le ha ido ayudando a sobrevivir en este mar de idas y venidas. En este
vaivén continuo que ha moldeado su existir.
Él supo agarrar con fuerza el timón ante la continua
marejada que provocó la tormenta. Supo utilizar esa fuerza maligna y supo dar
un viraje en el lugar certero y aprovechar ese impulso que, esta vez, en lugar
de mandarlo al culo del mar, lo transportó a su corazón. Allí donde ese
acelerado palpitar, fue reduciendo su ritmo hasta llegar a emitir una plácida
melodía. Con ella, logró dejar muy atrás a la tormenta, que siguió lanzando
rayos. Rayos que no conseguían alcanzar su objetivo, ya que éste cada vez se
alejaba más.
Dicen que tras la tempestad llega la calma, pues sí, la
calma llegó o le llegó, y con ella se fue a descansar, reposados encima de su
viejo colchón.