Kamante poseía una facultad especial que le resultó muy útil en mi casa. Podía, me parece, llorar cuando quería.
Si le reñía en serio se mantenía erguido ante mí y me miraba a la cara con aquella vigilante y profunda tristeza que adquieren de pronto los rostros de los nativos; luego sus ojos se llenaban de lágrimas que lentamente, de una a una, se derramaban por sus mejillas. Sabía que eran simplemente lágrimas de cocodrilo y en otras personas no me hubieran afectado. Pero con Kamante era diferente. Su rostro chato e inexpresivo, en estas ocasiones se sumergía en el mundo de oscuridad e infinita soledad donde había vivido tantos años. Aquellas lágrimas pesadas y silenciosas se parecían a las que derramaba cuando era un chiquillo en la pradera, rodeado de ovejas. Me hacían sentirme incómoda y le daban a los pecados por los que le reñía un aspecto diferente, insignificante, así que no quería seguir hablando de ellos. En cierto modo era desmoralizante. Sigo creyendo que debido a la fuerza de la auténtica comprensión humana que existía entre nosotros, Kamante sabía dentro de su corazón que yo conocía lo que había tras sus lágrimas de contricción y no las tomaba por más de lo que eran -para él no eran más que una ceremonia que se debía a los altos poderes, y no un intento de engaño.
(Karen Blixen -Isak Dinesen-. Traducción, Barbara McShane y Javier Alfaya)
Si le reñía en serio se mantenía erguido ante mí y me miraba a la cara con aquella vigilante y profunda tristeza que adquieren de pronto los rostros de los nativos; luego sus ojos se llenaban de lágrimas que lentamente, de una a una, se derramaban por sus mejillas. Sabía que eran simplemente lágrimas de cocodrilo y en otras personas no me hubieran afectado. Pero con Kamante era diferente. Su rostro chato e inexpresivo, en estas ocasiones se sumergía en el mundo de oscuridad e infinita soledad donde había vivido tantos años. Aquellas lágrimas pesadas y silenciosas se parecían a las que derramaba cuando era un chiquillo en la pradera, rodeado de ovejas. Me hacían sentirme incómoda y le daban a los pecados por los que le reñía un aspecto diferente, insignificante, así que no quería seguir hablando de ellos. En cierto modo era desmoralizante. Sigo creyendo que debido a la fuerza de la auténtica comprensión humana que existía entre nosotros, Kamante sabía dentro de su corazón que yo conocía lo que había tras sus lágrimas de contricción y no las tomaba por más de lo que eran -para él no eran más que una ceremonia que se debía a los altos poderes, y no un intento de engaño.
(Karen Blixen -Isak Dinesen-. Traducción, Barbara McShane y Javier Alfaya)
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