martes, 19 de febrero de 2013

Tratando de mantener ese equilibrio constante con que se avanza. Un pie, tembloroso, se afianza para que, el otro, hermano pie, lo adelante, y así paso tras paso. El uno y el otro, no saben qué suerte les deparará, pero cuando les llega el turno, no dudan en despegarse del suelo, para luego volver a tomar contacto con él.
Un día, o una tarde, o una noche, o sería madrugada, cuando uno de ellos, de tan feliz que estaba, comenzó a avanzar a tal ritmo, que estaba dejando al hermano atrás. El rezagado quiso alcanzarlo, pero lo que consiguieron fue, ir cada uno hacia un lugar, y con ello, acabar patas arriba.
Al principio fue gracioso, simpático, divertido, hasta que, por allá ariba, el compañero hombro daba síntomas de estar desubicado. Comenzó una fase de alerta, de atención, pues alguien lo estaba pasando mal. 
Todo el cuerpo acordó mantenerse en calma, para que el dolor no creciese. Algunas (la boca) hasta daba consejos de como guiar al hombro desubicado. Fue entre todas y cada una y uno de los habitantes de este cuerpo, como consiguieron que lo condujesen a aquel viejo y conocido lugar, donde se alcanzó la calma total y con ella, volvió el equilibrio furtivo, con la energía que haría que aquella madrugada interrumpida, continuase hasta alcanzar la siguiente mañana, tarde, noche, o quizás fuese madrugada...