domingo, 29 de abril de 2012

Tormentosa la tormenta.



No recuerda cuándo descubrió la placidez y la calma que le da leer y escribir. Lo que sí recuerda, es una primera idea que jamás llegó a culminar, al menos tal cual la pensó en aquella época.

Rondaba los catorce o quince años, su vida era parecida a la de cualquier chaval de su edad, o quizás no. Quizás su vida era la suya propia, esa en la que él quería vivir, en la que se sentía cómodo y protegido. Quizás fuera por eso por lo que se sentía extraño en cualquier lugar. Sentía que todos a su alrededor lo observaban, lo juzgaban por ser quien era o por ser como era. Esto le dolía, pero en el fondo le daba igual. Con el paso de los años, fue descubriendo a semejantes, con los y las que compartía algún vínculo. Lo fueron fortaleciendo con el transcurrir de sus vidas y fueron elaborando una especie de tela de araña. Una tela cuidadosamente tejida, donde cada cual fue aportando su ovillo de seda y cada vez se hacía más extensa.

Un día como hoy, vino a su cabeza el recuerdo de aquella idea inacabada.
Por aquellos días, él se sentía muy atraído por la fotografía, el dibujo y el cine. Quiso unir dichos amores para, con ellos, dar forma a una historia que nunca escribió.
La historia era algo así:

"Con ocho años, los Reyes Magos, dejaron es su habitación ese barco pirata con el que tanto había soñado. En el salón de casa, había una gran alfombra que, para él, simulaba el mar. En ese mar, se vivieron un sin fin de aventuras; batallas navales, encuentros de tesoros, aventuras con animales marinos venidos del océano de las fantasías, y un sin fin de historias divertidas que su imaginación le regalaba. Fue durante mucho tiempo su juego preferido.
De todas sus aventuras, había una bastante tenebrosa. Tenía un final tan oscuro, que siempre acababa por absorberlo. Su barco navegaba por el mar sereno, al encuentro de alguna divertida aventura. Daba vueltas y más vueltas alrededor de los lugares más desconocidos del planeta. Allá donde vivían seres poco comunes, con maneras diferentes de respirar, con formas de hacer, de sus vidas, una sucesión de momentos mágicos.
Inmerso en sus viajes por el mar de colores, no se percataba nunca de la tormenta que venía a su encuentro. Esta tormenta lo pillaba siempre por sorpresa, quizás porque venía de otro mundo muy distinto al suyo. Era un mundo paralelo, que en determinados momentos, cambiaba su rumbo hasta lograr un impacto con ese otro mundo de fantasía. Sin apenas darse cuenta, en el plácido mar, iban apareciendo pequeñas olas. Al principio parecían insignificantes, incluso divertidas. Poco a poco, estas olas iban creciendo y sus golpes con el barco, crecían hasta llegar a emitir un sonido ensordecedor.
Lo que, al parecer, daba comienzo a la gran tormenta, era el silbido del timbre de casa. Cuando éste se oía, el mar comenzaba a dar sus latigazos y el barco se preparaba para mantenerse a flote. Cosa prácticamente imposible, pues en anteriores ocasiones, el fondo marino fue su destino final y así es como acabaría."

El tiempo pasa y esa vieja historia parecía guardada en el olvido, en un lugar tan profundo como el fatídico destino de aquel barco. Pero no, no puede olvidarse que nunca hay que decir nunca, pues en verdad, después de nunca, siempre aparecerá algo. Esta vez, apareció esa olvidada tormenta. Venía reforzada, cargada de años de experiencia mandando barcos al fondo del océano. Al llegar, la sorpresa invadió el espacio. La quietud, la inmovilidad y el no querer creer lo que estaba ocurriendo fueron invitados de honor. A cada paso, la tormenta se sentía más fuerte y cómoda, incluso se dejaba llevar como si nada ni nadie, pudiese con ella. Pero no, al igual que ella, este chico, el de los añorados ocho años, supo agarrarse a esa otra experiencia; la suya. La que le ha ido ayudando a sobrevivir en este mar de idas y venidas. En este vaivén continuo que ha moldeado su existir.

Él supo agarrar con fuerza el timón ante la continua marejada que provocó la tormenta. Supo utilizar esa fuerza maligna y supo dar un viraje en el lugar certero y aprovechar ese impulso que, esta vez, en lugar de mandarlo al culo del mar, lo transportó a su corazón. Allí donde ese acelerado palpitar, fue reduciendo su ritmo hasta llegar a emitir una plácida melodía. Con ella, logró dejar muy atrás a la tormenta, que siguió lanzando rayos. Rayos que no conseguían alcanzar su objetivo, ya que éste cada vez se alejaba más.

Dicen que tras la tempestad llega la calma, pues sí, la calma llegó o le llegó, y con ella se fue a descansar, reposados encima de su viejo colchón.

lunes, 23 de abril de 2012

Palabras bajo el Ombú

El Ombú es aquel lugar al que van todo tipo de seres a evadirse de sus vidas cotidianas. Reposan al frescor que ofrece su sombra y los acomodan sus raíces, quien quiera que pase unos instantes allí, logra divisar horizontes inimaginables.
Un día, estando allí, se acercó un hombre y, con timidez, se sentó. Le ofrecí un trago de mi cerveza, gustosamente la agarró y casi no se supo despegar de ella. Decidido, tras tres litros más, se decidió a hablar y yo me dispuse a escuchar.
Empezó contándome lo que había hecho esa mañana y cómo fue transcurriendo su día hasta llegar al lugar en el que nos encontrábamos conversando; a la sombra del Ombú. Seguidamente, continuó su exposición de la siguiente manera:
" Amigo recién encontrado; vivo en un lugar que ha vuelto a ser muy oscuro, y ya me es imposible encontrar algo de claridad. He vivido mucho tiempo en mi mentira, engañándome, inventando cuentos para poder continuar. Ahora siento que los cuentos han llegado a su final y no encuentro historias para seguir. Mi vida es, ha sido y será una infinita contradicción. Una eterna disputa con la soledad, con la que paso momentos de gran felicidad, y a su vez, momentos de inmensa tristeza y desgana. Mucha gente usa esta expresión; -vivo al borde de un precipicio. Yo no vivo al borde, yo deambulo en su ascenso y me dejo caer. Cuando llego abajo vuelvo a subir, para de nuevo caer, así una y otra vez. He descubierto que cada vez mi ascensión la realizo más rápido. Es como si desease caer cuanto antes. Al descubrir esto, me he desviado en mi camino a la cima y me ha conducido hasta aquí. Cuando te he visto sentado (dirigiéndose a mí), he querido acercarme para sentirme acompañado. Te he mencionado algo sobre mi soledad, si quieres, ahora voy a contarte más."
Ninguna palabra salió de mi boca y mi rostro le mostró que ahí estaban mis oídos para escuchar todo cuanto quisiese compartir, y, sin dudarlo, siguió:
"Como te estaba diciendo, voy a hablarte de la soledad, mi soledad. La he querido siempre y siempre la he llegado a odiar, volviendo a sus brazos una y otra vez. Últimamente, converso, en mi interior, con ella. Quiero volver a su regazo y sin esperarlo, se ha colado la inseguridad en medio. Esta inseguridad me aleja de ella, me dice que no es tan buena como aparenta. Que me ilusionará con historias ficticias y cuando me tenga bien sujeto, dejará caer sobre mi toda su maldad. Será entonces cuando me atrape ese mundo oscuro que me rodea y quedaré sujeto a sus decisiones.
Yo me resisto a creer que es cierto lo que me cuenta la inseguridad, pero cada vez me alejo más de mi verdad."
De pronto, él se calla, y, me dice; "gracias amigo, he de irme ya, mi próxima caída me está llamando; nos vemos".
Nos despedimos brindando con los restos de las botellas que nos quedan y yo le digo: "Compa, aquí tendrá usted al Ombú y su fiel compañía para cuando lo desee. Quizás esté yo también por aquí y compartiremos más momentos de palabras, cervezas y verde  yerba de Estambul, si le da por venir también. Usted amigo, no tenga tanta prisa en llegar a esa cima, porque lo siguiente ya lo conoce de sobra. Nada más mirarle a los ojos, se divisa esa multitud de cicatrices que lleva asidas al alma. Amigo dese cuenta que es bonito soñar. No quiera que todos sus sueños acaben convertidos en pesadillas. Sueñe mucho, tanto como a usted le de la gana y descubra que sus sueños están ahí, en su interior. Mírese al espejo y vaya dándole tonalidad a su rostro. Más tarde a su cabello y podrá ir descubriendo el infinito país de sueños que  moran en sí mismo. Que todos lo esperan muy cerca de usted, tan cerca, que son ellos los que le hacen mover los pies. Sueñe con su vida, con la que es, no con la que quisiera que fuese, pues esa nunca se podrá saber y si aspira a agarrarla, se perderá la más bonita de todas sus vidas. Se perderá su actual vida."



lunes, 9 de abril de 2012

Inesperadamente, emana la timidez e impregna hasta el lugar más recóndito del ser.  La tímida corriente se lleva consigo pensamientos, que en lugar de sacarlos al exterior, los revuelve dándoles un espesor que dificulta su natural salida. El que consigue salir, lo hace tembloroso y cubierto de dudas. Éste, ha gastado tanta energía en su disputa con la timidez, que se ha dejado vestir con un atuendo irreal. Nace inseguro y transmite esa inseguridad, que provoca más nerviosismo, más temblor, más espesor, más timidez, ofreciendo presentes a ese tiempo que desea agotarse.

Esos son momentos de no ver con claridad. No ver las más claras y certeras evidencias. De sentirse cegado por una cobardía que toma las riendas e inicia una carrera hacia un abismo unidireccional. Abismo temido, pero también deseado. Deseado porque es la única vía visible para dejar de lado a la confusión y a la incertidumbre; a ese temor de no saber qué hacer ni qué decir.

Temor que insufla más aire a la burbuja de aislamiento y seguridad ficticia.