domingo, 21 de enero de 2007

Pálpitos Melódicos

La distancia y el tiempo no existen. Son sistemas que limitan nuestra libertad tratando de medir nuestras vidas. Resulta evidente que existen utensilios para medir distancia y tiempo, pero no dejan de ser simples medidas. Vivir no consiste en medir. Vives si logras sentir la inexistencia de ambos conceptos.

Una buena opción de descubrir su no existencia, es observar a tu alrededor y ver esa extensa minoría de semejantes que te acompañan en tu caminar. Percibir que siempre han estado y por siempre se quedarán. Sientes el latir de tu corazón y cuando éste alza la vista, consigue ver a esos corazones amigos que se unen dispuestos a iniciar una interminable tertulia de latidos hermanos. Tertulia aderezada de risas, carcajadas, sollozos o llantos. No importa que sean tristes o felices, son encuentros sentidos, compartidos, unidos a la melodía compuesta por la sinfonía de pálpitos.

Un largo sendero tomó mi corazón para conseguir afinar su pálpito. Sendero que acaba con una minuciosa afinación y se reencuentra con corazones afines que siempre han hecho sentir su presencia.

Mi corazón está aquí compañeros, que no cese la música.

viernes, 5 de enero de 2007

Serenidad y diálogos ante la inmensa eternidad.



NUBES
Cuentan que un hombre vivía solo en una cabaña de madera junto a un río, que le servía para mojar sus manos al amanecer y refrescar su cara. Este hombre ocupaba su tiempo en pasear por el monte, buscaba frutos y plantas que le sirviesen de alimento y que le diesen color a su cabaña. En sus largos paseos diarios, descansaba tumbándose en la hierba, le gustaba observar el cielo sintiendo el frescor de la tierra. Sus miradas al cielo lo condujeron a un juego. Los días en los que al cielo lo acompañaban las nubes, él las observaba e imaginaba figuras que estas formaban. Así veía animales, plantas, personas, un sin fin de figuras que llenaban su mente y creaba historias y cuentos con ellas.

Pasaban los días y el hombre cada vez sentía más curiosidad por las nubes.

Un día decidió subir a lo más alto de una montaña que vivía frente a él, para así poder tocar las nubes y conocerlas mejor.
La noche antes preparó comida, cogió agua y algunas cosas más y las guardó en su vieja mochila.
Se despertó temprano, cogió su mochila, fue como cada mañana al río, mojó sus manos y su cara y comenzó la subida a la montaña.
El camino resultó muy cansado, pero sus ganas de saludar con sus manos a las nubes, le daban más fuerzas para seguir. A mitad de camino encontró un anciano y robusto árbol, que le ofrecía una agradable sombra donde paró a descansar y comer algo de lo que había preparado la noche anterior.
Después de comer, descansó un rato y luego continuó el camino, no sin antes despedirse del compañero árbol, agradeciéndole su amabilidad por acogerlo y darle sombra y frescor.
Cuando llegó a la cima de la montaña alzó los brazos y cerró los ojos. Esperaba que una nube apareciese y le regalase un saludo. Cual fue su sorpresa cuando, sin esperarlo, una enorme nube apareció y no sus manos, sino todo su cuerpo fue recorrido, transformándose esta en dos grandes nubes. El sintió una gran alegría, fue como si todos esos animales, plantas, figuras y personas, que él imaginaba cuando observaba las nubes, hubiesen pasado por él y se hubiesen multiplicado, creando una gran fiesta a su alrededor, acompañando a este señor que siempre había vivido solo.

Desde aquel día, este hombre solitario, siempre se sintió rodeado y feliz de su compañía. Todos los días saludaba a sus amigas nubes y les enviaba mensajes para que los transportasen y repartieran a personas que, como él, respirasen y gozasen de la compañía de tan sinceras amigas.


ESCOMBROS

Cuando miras a tu alrededor y sólo ves escombros,
Te sumerges en ellos y no puedes escapar,
Piensas en apartarlos y abrirte paso
Dejarlos atrás, limpiar tu camino,
Echarlos afuera por tus medios.
Transformarte en apisonadora para así demoler hasta la última señal de ellos.

Existía una persona, que cansado de demoler escombros,
Un día se paró y pensó;
He destruido no sé cuantos, hoy me he parado porque he visto una pequeña lámpara, que con el tacto del sol ha cegado mi mirar. La he recogido y me ha parecido bonita, quizás, con algunos arreglos, pueda servirme para iluminar esa habitación en la que a veces me paro a leer.
Miró alrededor y vio algunos restos de cristales, trozos de cables y algunos restos de madera y metales. Una vez en casa, se puso a retocarla. Consiguió darle vida a esa pequeña lámpara y cada vez que le apetecía leer y la encendía, pensaba en el lugar en el que la encontró.
Eso le indicó el sendero que tomaría su vida en adelante.
Decidió seguir con la tarea de demoler escombros, pero, antes de poner su máquina en marcha, paseaba entre ellos para encontrar posibles tesoros escondidos. En sus ratos libres, incluso recorría vertederos y buscaba objetos que otras personas abandonaban, para él curarlos. Hizo algunos arreglos en su vieja casa y preparó una habitación que sería la clínica de los objetos hallados. En ella pasaba muchas horas al día.
Así más o menos encauzó su nueva vida, pasó de ser un destructor de escombros, a ser un buscador de sueños.
Sueños, que aunque no fuesen reales, dirigirían su vida. Con la certeza de que no son reales, pero esto no le conduciría a volver atrás, siempre dispuesto a seguir adelante a un nuevo encuentro.

Todos lo miran como un iluso, yo lo definiría como un auténtico reparador de
ilusiones.