sábado, 27 de octubre de 2007

...Una noche...

Acompasados aleteos en FA#,

con sus huellas,

descifran a mi alma el inopinado y anhelado horizonte.

No concibo la artificialidad que ofrece la pirotecnia.

Enaltezco mi estentórea zambra

desde el mutismo más recóndito.

sábado, 25 de agosto de 2007

Divino penacho de la frente triste,
En mi pipa el humo de su grito azul,
Mi sangre gozosa claridad asiste
Si quemo la verde Yerba de Estambul.

Ramón María del Valle-Inclán


Un par de pellizcos preparan el comienzo del baile. Leves caricias moldean y dan forma al delicioso dulce creador de mundos. Mundos imaginarios cargados de realidad.
Acabado el ritual previo, abro de par en par el rosetón para que pasen sin llamar, el aire y todos sus habitantes. Un simple chasquido hace nacer la lumbre que inicia el juego transmisor de humo. Su néctar inunda mis pulmones y éstos lo reparten por todos los recovecos de mi cuerpo. El delicioso y sereno encuentro transcurre mientras su humo pasea por mí. Pasado un tiempo, el humo se acaba y da lugar a la verbena de sensaciones.
Languidece mi cuerpo, me dirijo a mi lecho. Tumbado en él comienza el festival. Cuatro voces visitan mi cabeza, lanzan un sin fin de argumentos dispares. Una de esas voces es la que pone su esfuerzo en coordinarlas a todas y la que va centrando mi atención en la multitud de estímulos que recorren mi cuerpo.
Suaves caricias inician su paseo. Unas veces comienzan por mis pies, otras por mi cabeza, mis labios, mi pecho,… Su empezar no importa por donde, lo valioso es que comiencen por donde quieran. Progresivamente se intensifican y siento más fuerte sus pasos. Me empujan a realizar movimientos inimaginables. Me guían a sentir esos caminos inexistentes. No existen hoy, pero el delicioso Humo de Mota me muestra que ellos están ahí. Percibo un estímulo más, para continuar mi andadura por este mar de aventuras y desventuras llamado Vida.

viernes, 3 de agosto de 2007

Madrigal

Os debo un madrigal,
amada mía, tierra
mía, suelo
de las germinaciones,
solícita matriz de cuanto quiso
crecer en buen amor por nuestra casa.

Sois carne de mi carne,
gozadora, y sois también
mi coronela
de las verdades duras,
las que sólo se dicen entre dos.
Y amiga mía, sois, cuando gustáis,
la más misericorde engañadora,
mi acuerdo y mi disputa, mi querida.

Lo que puedo ofreceros ya lo veis,
no tiene más valor
que el que vos le otorgáis al aceptarlo:
el carbón de mi edad, la oscura alpaca
que ayer fuera orgullosa platería.

Pues a mi lado vais,
por tan cierta,
mi hermana, puta mía,
dejad, consentidora, que os levante
la falda, y al desván
vayamos a sacarnos las vergüenzas,
vayamos a bebernos las heridas.

Porque os hice llorar, porque lloré,
os debo una canción aquí en la plaza:
no atendáis a su letra,
poned sólo a su música el oído,
que esa sí, que esa sabe
sonar sin más verdad que el puro son
del corazón metido a daros gracias
por todo y por acaso
lo que pueda llegar, si tuvierais a bien
compartir la quebrada.

Yo quiero la marchita
gardenia que ya asoma a vuestra piel,
el fatigado hueso,
la cabellera blanca,
yo quiero cuanto venga a derrotaros,
y a cambio, por defensa,
la saliva del viejo os he de dar,
la mano escueta, el miedo y el orín
de las noches en vela.
Vicente Gallego

domingo, 15 de julio de 2007

Compañero Azar, una vez más me has conducido a una nueva toma de conciencia. De tu mano, he viajado a lo más profundo de mi persona, descubriendo nuevas sensaciones y reforzando viejos sentimientos. Azar, has puesto ante mí, mi vida, mi casa. Mi casa ayer y hoy; el Ombú, el compañero barco hundido, los cafés, las letras, Jimena,… ¿mañana?, ni lo sé ni quiero saberlo. De mi alma emerge una inmensa nube. Feliz en esta nube, iré donde me lleve el viento, sin prisas por bajar al suelo.

Esta toma de conciencia me libera de un estrés, nerviosismo o intranquilidad. Asciendo por un nuevo sendero dejando atrás ese sentir. Descubro la serenidad en el pais del agobio. Agobio que me dirigía a un malestar inconsciente y huérfano de sentido. En mis ojos veo el reflejo de esos miles de ojos que me miran y me conducen a visitarme.

En mi paseo, respiro el dulce aroma de la Dama de Noche y el frescor de la Lavanda. Tomo aire con fuerza, aparece ante mí un espejo, me miro, no me conozco. Veo un ser difuso y oscuro, a su alrededor vuelan luciérnagas tristes, su luz se va apagando. Este ser me asusta, me da miedo. Decido centrar mi atención en esas tristes luciérnagas, les transmito energía y ellas hacen lo mismo conmigo.
El reflejo del espejo se va aclarando, las pequeñas luces voladoras brillan con más fuerza y revolotean a mí alrededor, iniciando su divertido e incesante juego.

La luz es clara, ahora miro al espejo y sí, soy YO.

lunes, 9 de julio de 2007

ATARDECER

Observa el horizonte:
el sol se aleja despidiendo al día,
huye monte tras monte,
mientras en su agonía,
pavo real, despliega su osadía.
Y tú cuando lo miras,
incrédulo ante tanta maravilla,
¿acaso no suspiras?
¿tu espíritu no chilla?
¿tu corazón de barro no se humilla?
¿No ves ésos portentos,
ésa escena de luz tan encendida,
en cárdenos momentos
sublimes retenida,
esperar dulcemente su partida?
... Y todo se estremece
en un silencio plano, laminado,
y todo se adormece,
y todo a nuestro lado
es misterioso, bello, sosegado...
Ángel Mora Casado

domingo, 8 de julio de 2007

La ciudad

Dices “Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo mis ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí”.
No hallarás otra tierra ni otra mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad siempre es la misma. Otra no busques
-no la hay-,
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.

Konstantino Kavafis

viernes, 6 de julio de 2007

El jinete

Reiterquartett (op. 74, 3)
Haydn

1

La noche se derrumba de repente,
y de la extensa desolación de sus ruinas
surge el jinete, que va adentrándose en el alba.
Se siente joven, decidido y dichoso
bajo las luces inciertas y recientes
de un mundo que comienza, de un destino
radiante en su inconcreta vastedad.
Pero el largo camino que necesariamente habrá de recorrer,
los previsibles peligros y fatigas del viaje
y la atención intensa hacia los signos
que puedan revelarle algún conocimiento
acerca de la naturaleza de su afán,
lo mantienen constantemente alerta,
ocupado en problemas inmediatos y simples.
Y no mira hacia atrás: su presente se olvida
de la existencia extraña que vivió anteriormente,
cuando la armoniosa plenitud de su fuerza de ahora
era tan sólo un sueño desordenado y bello,
un atisbo de música fragmentaria y dulcísima
en la mente de un dios solitario
que entregaba sus horas a la meditación.

La juventud florece en los sentidos
y se complace en el cuerpo, en los azares
definitivos del milagro:
miembros que con agilidad responden
a los designios caprichosos del deseo;
soledades fragantes de la piel,
en las que la luz que hace crecer el día
derrama su dorada complacencia,
la prodigiosa amistad de su contacto.

2

Desde el centro del cielo el sol observa
cómo va madurando el mediodía.
Y una dulce fatiga se apodera
del ímpetu orgulloso del jinete.

Una sombra poblada por las canciones monótonas
de los insectos que acompañan al verano
se ofrece al pie de una frondosa encina:
allí el joven decide
suspender por un rato las ansias de acercarse
a las tierras que aguardan su llegada.
Se recuesta en la hierba, y las manos del sueño
se aproximan a la suavidad de unas sienes,
esparcen el reposo por un cuerpo cansado.

3

A despertar se acercará el muchacho
con nuevo aliento a su cabalgadura:
comprueba que ante él se extiende una tarde dilatada y hermosa
y se entrega otra vez al placer del viaje.

En su pecho se adentran los olores del campo,
los perfumes delicados y agrestes.
Y el joven mira con gratitud el mundo
que le ofrece sus dones, su belleza.

En sus ojos fulgura el gozo de quien mira
las cosas con amor:
alondras derramadas en la alta luz del día,
violetas que pronuncian su brevedad humilde
al borde de un arroyo soñoliento,
bosquecillos de álamos que murmuran
y quedan pronto atrás en el camino.

4

La historia existe apenas, porque es breve el pasado:
una vasta mañana, algún recuerdo de la noche
confusa del origen.
Todo es acción, presente, impulso puro
que concentra en los ojos oscuros del muchacho
el deseo poderoso del entendimiento:
quiere saber por qué y de dónde nace la alegría
que siente al contemplar la hermosura del mundo,
y quiere interpretar el silencio del campo,
el gesto melancólico, la soledad del sauce.

Pero las cosas nada dicen; callan;
su obstinada belleza no responde
a la franca mirada inquisitiva:
crecen y esperan y ni siquiera intuyen
que un día morirán.

Ahora la tarde va apagándose.
El jinete
sabe que se aproxima el fin de su viaje,
porque está muy cansado y siente frío.

La oscuridad lo espera detrás de las montañas
desoladas y cárdenas del atardecer.
Pero él no quiere detener la carrera
que con gozo iniciara. Y envuelto en la luz última
avanza sonriendo y se pierde en la noche.

Eloy Sánchez Rosillo

sábado, 19 de mayo de 2007

“No es preciso buscar en el pasado,
pues bastante aburrida es ya la vida,
y desolada, y sucia,
para añadirle la melancolía. “
Joan Margarit

Estas letras podrían devolverme al pasado e indagar en él. No es necesario volver, si se alza la mirada y se divisa un nuevo horizonte carente de destino.
Lo observo, al respirar me embriaga la danza de flores que han perfumado mi senda.
Invocan nacimientos de nuevas hermanas que dibujan el presente con suave armonía. Me sumo a su danza y juntos navegamos al mañana.

jueves, 15 de febrero de 2007

Percepción Temporal

¿Cuánto falta?
¿Falta menos?
¿Cuándo llega?
¿Llegará?
Tenues gotas hacen sentir
la poca importancia del cuánto.
Se muestra ante ti,
te inunda y al fin emerge,
descubres un paso más.
El futuro nunca existe,
es presente en construcción.
Sensaciones que conducen
a creer en la ilusión.
La ilusión de descubrir y no frenar tu pasión.
Pasión para reinventar tu vida,
en blanco y negro o en color.

domingo, 21 de enero de 2007

Pálpitos Melódicos

La distancia y el tiempo no existen. Son sistemas que limitan nuestra libertad tratando de medir nuestras vidas. Resulta evidente que existen utensilios para medir distancia y tiempo, pero no dejan de ser simples medidas. Vivir no consiste en medir. Vives si logras sentir la inexistencia de ambos conceptos.

Una buena opción de descubrir su no existencia, es observar a tu alrededor y ver esa extensa minoría de semejantes que te acompañan en tu caminar. Percibir que siempre han estado y por siempre se quedarán. Sientes el latir de tu corazón y cuando éste alza la vista, consigue ver a esos corazones amigos que se unen dispuestos a iniciar una interminable tertulia de latidos hermanos. Tertulia aderezada de risas, carcajadas, sollozos o llantos. No importa que sean tristes o felices, son encuentros sentidos, compartidos, unidos a la melodía compuesta por la sinfonía de pálpitos.

Un largo sendero tomó mi corazón para conseguir afinar su pálpito. Sendero que acaba con una minuciosa afinación y se reencuentra con corazones afines que siempre han hecho sentir su presencia.

Mi corazón está aquí compañeros, que no cese la música.

viernes, 5 de enero de 2007

Serenidad y diálogos ante la inmensa eternidad.



NUBES
Cuentan que un hombre vivía solo en una cabaña de madera junto a un río, que le servía para mojar sus manos al amanecer y refrescar su cara. Este hombre ocupaba su tiempo en pasear por el monte, buscaba frutos y plantas que le sirviesen de alimento y que le diesen color a su cabaña. En sus largos paseos diarios, descansaba tumbándose en la hierba, le gustaba observar el cielo sintiendo el frescor de la tierra. Sus miradas al cielo lo condujeron a un juego. Los días en los que al cielo lo acompañaban las nubes, él las observaba e imaginaba figuras que estas formaban. Así veía animales, plantas, personas, un sin fin de figuras que llenaban su mente y creaba historias y cuentos con ellas.

Pasaban los días y el hombre cada vez sentía más curiosidad por las nubes.

Un día decidió subir a lo más alto de una montaña que vivía frente a él, para así poder tocar las nubes y conocerlas mejor.
La noche antes preparó comida, cogió agua y algunas cosas más y las guardó en su vieja mochila.
Se despertó temprano, cogió su mochila, fue como cada mañana al río, mojó sus manos y su cara y comenzó la subida a la montaña.
El camino resultó muy cansado, pero sus ganas de saludar con sus manos a las nubes, le daban más fuerzas para seguir. A mitad de camino encontró un anciano y robusto árbol, que le ofrecía una agradable sombra donde paró a descansar y comer algo de lo que había preparado la noche anterior.
Después de comer, descansó un rato y luego continuó el camino, no sin antes despedirse del compañero árbol, agradeciéndole su amabilidad por acogerlo y darle sombra y frescor.
Cuando llegó a la cima de la montaña alzó los brazos y cerró los ojos. Esperaba que una nube apareciese y le regalase un saludo. Cual fue su sorpresa cuando, sin esperarlo, una enorme nube apareció y no sus manos, sino todo su cuerpo fue recorrido, transformándose esta en dos grandes nubes. El sintió una gran alegría, fue como si todos esos animales, plantas, figuras y personas, que él imaginaba cuando observaba las nubes, hubiesen pasado por él y se hubiesen multiplicado, creando una gran fiesta a su alrededor, acompañando a este señor que siempre había vivido solo.

Desde aquel día, este hombre solitario, siempre se sintió rodeado y feliz de su compañía. Todos los días saludaba a sus amigas nubes y les enviaba mensajes para que los transportasen y repartieran a personas que, como él, respirasen y gozasen de la compañía de tan sinceras amigas.


ESCOMBROS

Cuando miras a tu alrededor y sólo ves escombros,
Te sumerges en ellos y no puedes escapar,
Piensas en apartarlos y abrirte paso
Dejarlos atrás, limpiar tu camino,
Echarlos afuera por tus medios.
Transformarte en apisonadora para así demoler hasta la última señal de ellos.

Existía una persona, que cansado de demoler escombros,
Un día se paró y pensó;
He destruido no sé cuantos, hoy me he parado porque he visto una pequeña lámpara, que con el tacto del sol ha cegado mi mirar. La he recogido y me ha parecido bonita, quizás, con algunos arreglos, pueda servirme para iluminar esa habitación en la que a veces me paro a leer.
Miró alrededor y vio algunos restos de cristales, trozos de cables y algunos restos de madera y metales. Una vez en casa, se puso a retocarla. Consiguió darle vida a esa pequeña lámpara y cada vez que le apetecía leer y la encendía, pensaba en el lugar en el que la encontró.
Eso le indicó el sendero que tomaría su vida en adelante.
Decidió seguir con la tarea de demoler escombros, pero, antes de poner su máquina en marcha, paseaba entre ellos para encontrar posibles tesoros escondidos. En sus ratos libres, incluso recorría vertederos y buscaba objetos que otras personas abandonaban, para él curarlos. Hizo algunos arreglos en su vieja casa y preparó una habitación que sería la clínica de los objetos hallados. En ella pasaba muchas horas al día.
Así más o menos encauzó su nueva vida, pasó de ser un destructor de escombros, a ser un buscador de sueños.
Sueños, que aunque no fuesen reales, dirigirían su vida. Con la certeza de que no son reales, pero esto no le conduciría a volver atrás, siempre dispuesto a seguir adelante a un nuevo encuentro.

Todos lo miran como un iluso, yo lo definiría como un auténtico reparador de
ilusiones.