sábado, 25 de agosto de 2007

Divino penacho de la frente triste,
En mi pipa el humo de su grito azul,
Mi sangre gozosa claridad asiste
Si quemo la verde Yerba de Estambul.

Ramón María del Valle-Inclán


Un par de pellizcos preparan el comienzo del baile. Leves caricias moldean y dan forma al delicioso dulce creador de mundos. Mundos imaginarios cargados de realidad.
Acabado el ritual previo, abro de par en par el rosetón para que pasen sin llamar, el aire y todos sus habitantes. Un simple chasquido hace nacer la lumbre que inicia el juego transmisor de humo. Su néctar inunda mis pulmones y éstos lo reparten por todos los recovecos de mi cuerpo. El delicioso y sereno encuentro transcurre mientras su humo pasea por mí. Pasado un tiempo, el humo se acaba y da lugar a la verbena de sensaciones.
Languidece mi cuerpo, me dirijo a mi lecho. Tumbado en él comienza el festival. Cuatro voces visitan mi cabeza, lanzan un sin fin de argumentos dispares. Una de esas voces es la que pone su esfuerzo en coordinarlas a todas y la que va centrando mi atención en la multitud de estímulos que recorren mi cuerpo.
Suaves caricias inician su paseo. Unas veces comienzan por mis pies, otras por mi cabeza, mis labios, mi pecho,… Su empezar no importa por donde, lo valioso es que comiencen por donde quieran. Progresivamente se intensifican y siento más fuerte sus pasos. Me empujan a realizar movimientos inimaginables. Me guían a sentir esos caminos inexistentes. No existen hoy, pero el delicioso Humo de Mota me muestra que ellos están ahí. Percibo un estímulo más, para continuar mi andadura por este mar de aventuras y desventuras llamado Vida.

viernes, 3 de agosto de 2007

Madrigal

Os debo un madrigal,
amada mía, tierra
mía, suelo
de las germinaciones,
solícita matriz de cuanto quiso
crecer en buen amor por nuestra casa.

Sois carne de mi carne,
gozadora, y sois también
mi coronela
de las verdades duras,
las que sólo se dicen entre dos.
Y amiga mía, sois, cuando gustáis,
la más misericorde engañadora,
mi acuerdo y mi disputa, mi querida.

Lo que puedo ofreceros ya lo veis,
no tiene más valor
que el que vos le otorgáis al aceptarlo:
el carbón de mi edad, la oscura alpaca
que ayer fuera orgullosa platería.

Pues a mi lado vais,
por tan cierta,
mi hermana, puta mía,
dejad, consentidora, que os levante
la falda, y al desván
vayamos a sacarnos las vergüenzas,
vayamos a bebernos las heridas.

Porque os hice llorar, porque lloré,
os debo una canción aquí en la plaza:
no atendáis a su letra,
poned sólo a su música el oído,
que esa sí, que esa sabe
sonar sin más verdad que el puro son
del corazón metido a daros gracias
por todo y por acaso
lo que pueda llegar, si tuvierais a bien
compartir la quebrada.

Yo quiero la marchita
gardenia que ya asoma a vuestra piel,
el fatigado hueso,
la cabellera blanca,
yo quiero cuanto venga a derrotaros,
y a cambio, por defensa,
la saliva del viejo os he de dar,
la mano escueta, el miedo y el orín
de las noches en vela.
Vicente Gallego