lunes, 9 de abril de 2012

Inesperadamente, emana la timidez e impregna hasta el lugar más recóndito del ser.  La tímida corriente se lleva consigo pensamientos, que en lugar de sacarlos al exterior, los revuelve dándoles un espesor que dificulta su natural salida. El que consigue salir, lo hace tembloroso y cubierto de dudas. Éste, ha gastado tanta energía en su disputa con la timidez, que se ha dejado vestir con un atuendo irreal. Nace inseguro y transmite esa inseguridad, que provoca más nerviosismo, más temblor, más espesor, más timidez, ofreciendo presentes a ese tiempo que desea agotarse.

Esos son momentos de no ver con claridad. No ver las más claras y certeras evidencias. De sentirse cegado por una cobardía que toma las riendas e inicia una carrera hacia un abismo unidireccional. Abismo temido, pero también deseado. Deseado porque es la única vía visible para dejar de lado a la confusión y a la incertidumbre; a ese temor de no saber qué hacer ni qué decir.

Temor que insufla más aire a la burbuja de aislamiento y seguridad ficticia.

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