domingo, 29 de junio de 2008

Fragmento de "Memorias de África"



Kamante poseía una facultad especial que le resultó muy útil en mi casa. Podía, me parece, llorar cuando quería.

Si le reñía en serio se mantenía erguido ante mí y me miraba a la cara con aquella vigilante y profunda tristeza que adquieren de pronto los rostros de los nativos; luego sus ojos se llenaban de lágrimas que lentamente, de una a una, se derramaban por sus mejillas. Sabía que eran simplemente lágrimas de cocodrilo y en otras personas no me hubieran afectado. Pero con Kamante era diferente. Su rostro chato e inexpresivo, en estas ocasiones se sumergía en el mundo de oscuridad e infinita soledad donde había vivido tantos años. Aquellas lágrimas pesadas y silenciosas se parecían a las que derramaba cuando era un chiquillo en la pradera, rodeado de ovejas. Me hacían sentirme incómoda y le daban a los pecados por los que le reñía un aspecto diferente, insignificante, así que no quería seguir hablando de ellos. En cierto modo era desmoralizante. Sigo creyendo que debido a la fuerza de la auténtica comprensión humana que existía entre nosotros, Kamante sabía dentro de su corazón que yo conocía lo que había tras sus lágrimas de contricción y no las tomaba por más de lo que eran -para él no eran más que una ceremonia que se debía a los altos poderes, y no un intento de engaño.


(Karen Blixen -Isak Dinesen-. Traducción, Barbara McShane y Javier Alfaya)


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