domingo, 19 de diciembre de 2010

De tu mano

Quiero contar, ese primer sueño que vino a despertarme tras mi larga ausencia.
Pasaban cuatro meses ya de oscuridad, en los que dormir sólo consistía en cerrar los ojos por la noche y abrirlos al amanecer. Ninguna imagen rondaba por mi cabeza, ni tan siquiera, cuando ésta lograba relajarse por completo. Tan vacía se sentía que ni un recuerdo almacenaba; ningún sonido, ningún sabor, ni el más mínimo olor. Los días pasaban de largo y nada llamaba mi atención. Era tan rutinario que me avergüenza narrarlo, pero en aquellos tiempos, mi cabeza nació de nuevo y trataba de ir haciéndose un hueco donde asentarse y comenzar a crecer. Todo el tiempo transcurría del mismo modo, todos los amaneceres con el mismo deseo; “no sé si he soñado o no, pero quiero al menos un mínimo recuerdo”. Debió ser el desearlo tanto, que, mi cerebro se dio por aludido y una mañana me regaló este primer sueño:
“Volvía a casa después de una larga estancia en el Hospital. Había cambiado tanto que ni me reconocía; mi pelo estaba corto, mi cara bien afeitada, caminaba muy despacio y llevaba un par de muletas. Todo lo que pude recordar de mí, era verme repleto de secuelas del tiempo hospitalizado. Me veía muy mal, pero mucho mejor que en mi realidad. En mi sueño podía caminar y desplazarme sin ayuda de nadie, podía moverme por mí mismo.
Andando y andando me dirigía a visitar a mi abuela. Ella vivía cerca de mi casa, pero en el sueño fue una larga caminata. Llegué a su portal y comencé a subir las escaleras hasta el segundo piso. Una vez allí, vi su puerta cerrada y me dispuse a llamar, a llamar con los nudillos, como siempre llamaba a la puerta de mi abuela. Llamé un par de veces y al poco se abrió la puerta lentamente.
Quien apareció frente a mí fue ella, mi abuela, nada más verme me abrazó y me hizo entrar. Nos sentamos en un sofá en el salón y comenzamos a hablar. Ella se interesaba por mi salud, yo le contaba como me encontraba después de todo lo sucedido. Mientras conversábamos, ella se puso en pié y comenzó a ir y venir desde el salón a la cocina. En poco tiempo, estábamos tomando café y unos dulces, merendábamos y no dejábamos de conversar. Hablábamos de cómo habían sido nuestras vidas después de tanto tiempo sin vernos”.
No recuerdo nada más del sueño, lo que si recuerdo es aquella mañana al despertar. Aún no asomaba el Sol por la ventana y mis ojos se abrieron. Me encontraba un tanto aturdido, porque era muy temprano y todavía faltaban algunas horas para que viniesen a lavarme y a darme de desayunar. Al momento quise frenar ese motor rutinario que se ponía en marcha cada mañana. Quise pararlo porque sentía que hoy todo había dado un primer giro. Sentía que algo nuevo había aparecido, pero no me percataba de qué. Intentaba encontrar qué podía haber sido, pero, como no lograba nada, estaba a punto de desistir. Cerré los ojos y, vi el rostro de mi abuela tal y como lo había visto en el sueño que, sin saberlo, era lo que intentaba encontrar. Inmediatamente mis lágrimas comenzaron a brotar, comenzó un llanto interminable. No logro describir con letras qué significó aquel manantial de lágrimas. De un lado, me sentía muy feliz por haber conseguido recuperar esas noches de sueños que tanto añoraba y por otro lado, que este retorno llegase de la mano de mi abuela, que después de algo más de una década sin ella, esa noche; nos reencontramos en una agradable merienda en tu casa, Abuela.

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