viernes, 17 de abril de 2009

Balada imprecatoria contra los listos




(Aquí, un poema bastante conocido de Álvaro Mutis, que pegué hace años en una contrapuerta de mi escritorio)



Ahí pasan los listos.

Siempre de prisa, alertas, husmeando

la más leve oportunidad de poner a prueba

sus talentos, sus mañas,

su destreza al parecer sin límites.

Vienen, van, se reúnen, discuten, parten.

Sonrientes regresan con renovadas fuerzas.

Piensan que han logrado convencer,

toman a sonreír, nos ponen las manos

sobre los hombros, nos protegen, nos halagan,

despliegan diligentes su abanico de promesas

y de nuevo se esfuman como vinieron,

con su aura de inocencia satisfecha

que los denuncia a leguas.

Jamás aceptarán que a nadie persuadieron.

Porque cruzan por la vida

sin haber visto nada,

sin haber escuchado nada,

sin dudas ni perplejidades.

Su misma certeza los aniquila.

Pero, a su vez, también sus víctimas

suelen olvidarlos, confundirlos en la memoria

con otros listos, sus hermanos,

tan semejantes, tan deprisa siempre,

tratando de ocultar a todas luces

el exiguo torbellino que los alienta

a guisa de corazón.

Todo cuidado, toda prudencia,

de nada valen con ellos,

ni vienen a cuento.

Su efímera empresa, al final,

ningún daño logra hacernos.

Los listos, os lo aseguro, son inofensivos.

Es más, cuando me pregunto

adónde irán los listos cuando mueren,

me viene la sospecha de si el limbo

no fue creado también para acogerlos,

sosegarlos y permitirles rumiar,

por una eternidad prescrita desde lo alto,

la fútil madeja de su inocua cuquería.

Ignoremos a los listos y dejémoslos

transitar al margen de nuestros asuntos

y de nuestra natural compasión

a mejores fines destinada.

De los listos no habla el Sermón de la Montaña.

Esta advertencia del Señor, debería bastarnos.



2 comentarios:

Olga Bernad dijo...

Ay, Sergio.
Te agradezco todo, también estas palabras que me voy a pegar en alguna parte de mi casa, para que no se me olviden, pero el problema de los listos es que a veces son tontos, y no hay nada más peligroso.
Un beso.

s dijo...

No recuerdo ahora quién dijo, que no hay nadie más peligroso que un tonto al que le das una oportunidad de actuar, por pequeña que sea.

Gracias a ti. Abrazos.