domingo, 16 de noviembre de 2008




Hay muchos escritos en los que no queda -como el espectáculo que ofrece un riachuelo bañando de agua clara los pequeños guijarros- sino el recuerdo de las palabras que se escaparon.

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De la imposibilidad de razonar fue de donde nacieron las artes, el apólogo, etcétera. Es asimismo de la ineptitud de razonar o del hastío de razonar sin descanso de donde nacen, en las almas vivas, la poesía, la elocuencia, las metáforas, etcétera. He aquí, sin la menor duda, una gran cualidad.

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Nuestros pensamientos son ya una imagen del mundo, ya una producción de nuestro espíritu, ya una consecuencia de nuestra voluntad enardecida. Cuando éstos son una imagen del mundo, pintan la verdad. Si son una simple producción de nuestro espíritu, representan a nuestro espíritu y pintan algo también. Pero si son la obra o la consecuencia de nuestra voluntad, éstos no pintan nada verdadero ni apto para agradar. Son sólo trazos extravagantes, caprichos de escritor.

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Sólo buscando las palabras se encuentran los pensamientos.


( De Sobre arte y literatura, Joseph Joubert. Traducción, Luis Eduardo Rivera. Editorial Periférica)



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